América Latina en la crisis civilizatoria del orden moderno/colonial – Al servicio de la verdad

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América Latina en la crisis civilizatoria del orden moderno/colonial – Al servicio de la verdad

Por Omar Cid*

 

¿Dónde está el atrevido jinete

¿Vengando a su pueblo y su gente?

¿Dónde está el solitario insurgente?

¿En qué niebla oculto su vestuario?

¿Dónde están su caballo y sus rayos?

¿Dónde acechan sus ojos ardientes?

(Pablo Neruda, Galopa Murieta)

 

A modo de advertencia

El análisis de la National Security Strategy 2025 de Estados Unidos, el Libro Blanco sobre Seguridad Nacional y Control de Armamentos, Desarme y No Proliferación de la República Popular China no pueden reducirse a una simple comparación de doctrinas geopolíticas. Ambos documentos deben leerse, más bien, como síntomas de una crisis civilizatoria en curso —una transformación profunda, estructural y multidimensional del orden mundial— tal como la ha descrito el pensador puertorriqueño Ramón Grosfoguel, y que rescato aquí por su valioso aporte al debate de ideas que hoy recorre el continente.

Lejos de ser coyuntural, esta crisis se despliega en tres capas tectónicas interrelacionadas:

La agonía crítica del modelo neoliberal, cuyas raíces se remontan al golpe de Estado en Chile en 1973 y a la consagración experimental de las políticas de los “Chicago Boys”. Este modelo —consolidado a escala global por Reagan y Thatcher— entró en declive tras la crisis financiera del 2008, pero fue la pandemia de Covid-19 la que lo expuso en toda su crudeza: la mercantilización de la vida se tradujo en acaparamiento de mascarillas, guerra por las vacunas, muertes evitables y una gobernanza global subordinada a los intereses de las grandes corporaciones. El costo humano reveló la insostenibilidad ética y material del paradigma neoliberal, basado en la maximización del valor de cambio por encima del valor de uso —incluso del valor de la vida misma. Sin embargo, la crisis del capitalismo en su fase neoliberal no significa un colapso del sistema que, de otro modo, optaría por autodestruirse. Se necesitan fuerzas capaces de levantar alternativas posibles, para empujar el proceso de transición en favor de las mayorías más empobrecidas.

La descomposición del orden internacional post-1945, construido sobre los Acuerdos de Bretton Woods y la Carta de las Naciones Unidas, donde los vencedores de la Segunda Guerra Mundial —especialmente los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad— se erigieron como garantes de un “orden liberal” que, en realidad, reprodujo jerarquías coloniales bajo nuevas formas. Hoy, ese orden se tambalea: la ONU es incapaz de prevenir guerras, las instituciones financieras multilaterales pierden legitimidad y el G7 ya no representa la mitad del PIB mundial. La multiplicación de foros alternativos (BRICS+, SCO, ALBA-TCP) evidencia una fragmentación del consenso occidental, abriendo el Sistema-Mundo a una disputa donde EE.UU. y la UE proponen una guerra de carácter híbrido contra China, la Federación Rusa y otros aliados.

El giro copernicano civilizatorio: implica que por primera vez desde la conquista de Al-Andalus y la expansión ultramarina europea iniciada en 1492, Asia y Oriente recuperan centralidad en la economía, la ciencia y la cultura global. China no solo es la segunda economía del mundo (y potencialmente la primera, según mediciones en paridad de poder adquisitivo PPA); propone un modelo civilizatorio alternativo —estable, tecnocrático y soberano— que cuestiona la universalidad de los valores occidentales. En este contexto, Europa pierde peso, y EE.UU. responde con una política de repliegue agónico, cuyo reflejo más claro es la National Security Strategy 2025: un documento que, bajo la bandera de “America First”, intenta salvar lo esencial del imperio replegándolo en su esfera hemisférica.

En medio de estos sismos que alteran las capas tectónicas, Chile ocupó un lugar simbólico y estratégico. Fue el laboratorio original del neoliberalismo, protegido y celebrado por Washington, Londres y Ottawa como el “modelo a seguir” —recuérdese la narrativa de “los jaguares de América del Sur”. Pero ese experimento ya no es funcional para los intereses imperiales de la angloesfera. En la nueva lógica de la NSS 2025, Chile ya no es un ejemplo a reproducir, sino un eslabón utilitario: un nodo logístico, un proveedor de litio y cobre, y un aliado que debe expulsar la influencia china a cambio de seguir siendo “socio de primera opción”.

Surgen entonces una serie de preguntas que no son posibles de abordar con liviandad, pero que en todo caso me parecen ineludibles:

¿Qué papel cumplirá Chile en este reordenamiento?

¿Profundizará su dependencia estratégica con China, cuya demanda de materias primas es vital para un Chile desindustrializado?

¿O se alineará sin fisuras con la propuesta estadounidense, convirtiéndose en un protectorado de facto de la angloesfera, a costa de su autonomía diplomática, económica, militar, cultural y tecnológica?

Detrás de esa disyuntiva yace una cuestión aún más profunda: el único imperio con pretensión de totalidad es el surgido de las fauces del modelo anglófono, que, bajo el maquillaje de monarquía constitucional, extiende su poder ultramarino tanto en Malvinas, Gibraltar o Bermudas. Esa misma lógica y matriz de poder es la que aplica Washington, desde su construcción religiosa del “destino manifiesto” hasta su aterrizaje terrenal en el documento del 2025.

Por tanto, para los efectos de la lectura en curso, las contrapropuestas de China, la Federación Rusa y la India, no pueden asimilarse en la misma jerarquía que el proyecto unilateral, expansionista y totalitario que intenta imponer la propuesta occidental-sionista-genocida —ya ni siquiera protestante o hija de la cristiandad, sino una distopía de la cultura de la muerte, cuya evidencia se expresa en el genocidio en Gaza, como en la intervención neonazi en Ucrania, con el aval de las grandes corporaciones.

Es en ese marco que surgen preguntas como:

¿Qué valor tiene la “soberanía popular” en un escenario de protectorado disfrazado de alianza?

¿La decisión sobre con quién comerciar, con quién invertir y con quién defenderse en el caso nuestro, se tomará en Santiago, o en Washington?

Disculpen la sinceridad y crudeza de las preguntas. La intención del escrito es retratar el sinsentido de una soberanía popular reducida a una fachada —un relato vacío que sirve para domesticar las expectativas ciudadanas, mientras se negocian los intereses reales en otras latitudes.

Es en este marco que este informe analiza la NSS 2025 y la propuesta china: entiéndase bien, en la pretensión de jerarquía no son comparables, ni tampoco pueden asimilarse como estrategias binarias sobre las cuales tengamos que pronunciarnos. Simplemente funcionan como una maniobra discursiva, para exponer al lector posiciones que involucran el destino no solo de Chile, sino de América Latina y el Caribe. Repito: existe una propuesta con pretensión de totalidad; las otras contienen matices en un sistema-mundo que se derrumba, mientras otro intenta nacer —con América Latina, y Chile en particular, en el epicentro de esa transición histórica.

  1. Introducción

El documento National Security Strategy of the United States of America – November 2025 marca un giro estratégico significativo en la política exterior estadounidense. Frente a un mundo en transición hacia la multipolaridad, EE.UU. abandona la pretensión de hegemonía global y reorienta su enfoque hacia lo que define como sus “intereses vitales”. Entre ellos, el hemisferio occidental ocupa un lugar central: ya no como espacio periférico, sino como zona de seguridad nacional directa, clave para la estabilidad interna, la reindustrialización y la contención de actores extra-hemisféricos.

Este informe analiza la visión del documento sobre América Latina y el Caribe, destacando sus principios doctrinales, sus objetivos estratégicos y sus implicancias para la autonomía regional. Se presta especial atención a la tensión entre la retórica de “soberanía” y la lógica de alineamiento funcional que subyace a la propuesta.

 

  1. Marco estratégico general

La estrategia se articula en torno a una crítica al “globalismo” post-Guerra Fría, al que atribuye la pérdida de cohesión interna, la desindustrialización y la sobrecarga de responsabilidades externas no alineadas con los intereses nacionales de EE.UU. En su lugar, propone un enfoque focalizado, realista y transaccional, basado en los siguientes principios:

Interés nacional definido de forma restrictiva: solo se priorizan objetivos que afectan directamente la seguridad, la economía o la identidad de EE.UU.
Paz mediante la fuerza: el poder militar, económico y tecnológico sigue siendo el fundamento de la disuasión.
No intervencionismo selectivo: se rechazan las “guerras eternas” y la imposición de valores, salvo cuando los intereses vitales están en juego.
Primacía de la nación-estado: se defiende la soberanía frente a organismos transnacionales, aunque esa defensa se aplica de forma asimétrica.
Alianzas recíprocas: se exige a los aliados una contribución equitativa en defensa y en cargas estratégicas.

Este marco sienta las bases para una redefinición del rol de América Latina en la política exterior estadounidense.

         3. El hemisferio occidental: del “patio trasero” al “escudo estratégico”

3.1. Del “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe: entre la retórica de exclusividad y la realidad de la interdependencia pluripolar

El documento National Security Strategy 2025 introduce una formulación estratégica que busca reconfigurar el orden hemisférico, según los intereses imperiales de Estados Unidos:
“Denegaremos a competidores no hemisféricos la capacidad de posicionar fuerzas o controlar activos estratégicos en nuestro hemisferio.”

Esta declaración, calificada como el “Corolario Trump” a la Doctrina Monroe, no constituye una mera actualización retórica. Representa una escalada funcionalista de la lógica del siglo XIX al contexto del siglo XXI: ya no se invoca la defensa de la república, sino la preservación de un espacio exclusivo para la acumulación capitalista y la seguridad estratégica del imperio en declive. No se exige gobiernos ideológicamente afines, sino socios predecibles que acepten la subordinación como condición de pertenencia.

Sin embargo, esta narrativa de exclusividad choca frontalmente con los datos empíricos sobre la inversión extranjera directa (IED) en América Latina y el Caribe. Según el informe de la CEPAL (2025), en 2024 Estados Unidos consolidó su posición como principal inversionista en la región, con el 38 % del total de la IED, superando ampliamente a la Unión Europea (15 %) y a la propia América Latina (12,4 %). Esta hegemonía no es solo cuantitativa, sino cualitativa: corporaciones como Amazon, Microsoft, Prologis y Mexico Pacific han desplegado megaproyectos en energía (GNL en Argentina y México), centros de datos (Brasil, Colombia, México) y manufactura de alta tecnología. El valor de los anuncios de inversión de empresas con sede en EE.UU. se disparó un 179 % en 2024 respecto a 2023, impulsado en gran medida por la política de nearshoring y la reindustrialización doméstica.

Frente a esta ofensiva, la presencia china, aunque menor en términos agregados, revela una lógica distinta y creciente. En 2024, la IED china representó apenas el 2 % del total registrado en balanza de pagos, pero su impacto sectorial es estratégico: se concentra en minería (cobre, litio), infraestructura energética y telecomunicaciones 5G. Además, el Monitor de la OFDI china estima que su participación real en la región fue de 4,85 % en 2024, lo que confirma una tendencia decreciente desde el 2020, pero no una retirada. La estrategia china no busca imponer una narrativa hegemónica, sino asegurar circuitos de abastecimiento de materias primas críticas para su transición energética y tecnológica.

Más aún, mientras Washington impone una “elección binaria” —aliarse con EE.UU. o caer bajo la influencia de “potencias del otro lado del mundo”—, los flujos de inversión revelan una complejidad que escapa a esa lógica maniquea. Países como Brasil y México, principales receptores de IED estadounidense, también han recibido inversiones chinas crecientes en sectores estratégicos. Por su parte, Chile y Argentina, pese a sus vínculos históricos con Occidente, han desarrollado alianzas con empresas estatales chinas en litio, cobre y energía nuclear, con acuerdos concretos de transferencia tecnológica y respeto a la soberanía regulatoria.

El contraste no es solo numérico, sino civilizatorio. Estados Unidos condiciona su cooperación a la subordinación estratégica: sus embajadas se han convertido en plataformas de promoción comercial, sus acuerdos en cláusulas de exclusión y su diplomacia en una contranarrativa que criminaliza la cooperación Sur-Sur como “trampas de deuda” o “espionaje”. En cambio, China ha ratificado formalmente el Protocolo II del Tratado de Tlatelolco, comprometiéndose a no utilizar ni amenazar con armas nucleares contra ningún país de la región, e invirtiendo en bienes públicos reales: centros de investigación, reactores nucleares de uso pacífico (como el de Neuquén), cooperación en desminado humanitario y bioseguridad.

Esta asimetría no es inocente ni neutral. La propuesta estadounidense no defiende la soberanía, sino la jerarquía: América Latina puede ser “soberana”, pero solo dentro de los límites que Washington define como “aceptables”. La disyuntiva no es entre “dos imperios”, sino entre un proyecto con pretensión de totalidad civilizatoria —racializado, expansionista y genocida en su lógica— y alternativas que, si bien no rompen epistémicamente con el orden moderno/colonial, sí abren espacios para la pluralidad y la autonomía relativa.

En este sentido, el “Corolario Trump” no representa una defensa del hemisferio, sino una última ofensiva del imperio en declive. Frente a la pérdida de control global, Washington apuesta por un repliegue defensivo en su patio trasero, no para proteger a sus vecinos, sino para preservar su propia capacidad de disuasión en un mundo tripolar. Pero esa apuesta choca con una realidad embarazosa: las élites latinoamericanas —no pueden ser acusadas de ser marionetas de Pekín— negocian con múltiples centros de poder no por ideología, sino por la necesidad de sus negocios, en virtud de sus estrategias de supervivencia y proyección en un mundo cada vez más fragmentado.

3.2. Objetivos estratégicos en la región

El documento identifica cuatro prioridades:

  1. Control de la migración y el crimen transnacional:“Queremos un hemisferio razonablemente estable y bien gobernado que evite y desincentive la migración masiva a EE.UU.”

Esto implica presión sobre los gobiernos para que contengan flujos en sus propios territorios, con apoyo militar si es necesario.

  1. Eliminación de influencia adversaria:

“Los términos de nuestra ayuda y alianzas deben estar condicionados a la reducción de influencia adversaria.”

Se busca desplazar la presencia china y rusa en puertos, 5G, minería y energía.

  1. Reindustrialización hemisférica (nearshoring):

América Latina se concibe como extensión segura de la cadena de valor estadounidense, alternativa a Asia.

  1. UU. como socio de primera opción:

“Cada país debe enfrentar una elección: ¿quiere vivir en un mundo liderado por EE.UU. […] o en uno influido por potencias del otro lado del mundo?”
Esta formulación plantea una disyuntiva binaria, en la que no existe espacio para una política exterior no alineada, de ahí la necesidad de una discusión profunda y seria en las fuerzas políticas con espíritu transformador.

  1. Instrumentos de implementación

Redistribución de la presencia militar desde Europa y Oriente Medio hacia el hemisferio.
Diplomacia comercial agresiva, con uso de aranceles y acuerdos recíprocos.
Financiamiento coordinado a través de agencias como la DFC, el Banco de Exportación e Importación y la Corporación del Desafío del Milenio.
Embajadas como plataformas de promoción comercial:
“Parte del trabajo de todo funcionario es ayudar a las empresas estadounidenses a competir y triunfar.”
Contranarrativa frente a la cooperación china, destacando “costos ocultos” como espionaje, deuda-trampa y ciberseguridad.

  1. Tensiones y dilemas implícitos

El documento presenta una paradoja estructural: mientras defiende la soberanía de las naciones, condiciona su ejercicio a la aceptación de una jerarquía geopolítica en la que EE.UU. define los límites de la autonomía aceptable. América Latina puede ser “soberana”, pero solo dentro del marco de exclusividad hemisférica impuesto por Washington.

Esto plantea varios dilemas:

Soberanía vs. alineamiento: ¿Puede un país ejercer plenamente su derecho a la autodeterminación si lo obligan de facto a elegir entre dos supuestos bloques?
Desarrollo vs. dependencia: El nearshoring ofrece crecimiento económico, pero vincula ese crecimiento a la reindustrialización estadounidense, no a un proyecto autónomo de desarrollo regional.
Narrativa vs. realidad: El lenguaje de “alianza entre naciones soberanas” contrasta con la exigencia de lealtad estratégica, que limita la capacidad de los países para diversificar sus relaciones internacionales.

Además, la estrategia ignora factores estructurales como la desigualdad, la pobreza o la deuda externa, que impulsan tanto la migración como la apertura a cooperación con actores no tradicionales. En su lugar, trata estos fenómenos como problemas de gobernanza o seguridad, no como consecuencias de un orden económico global asimétrico.

  1. El factor chino y su proyección en América Latina: entre alternativa y nuevo centro

El Libro Blanco sobre Seguridad Nacional en la Nueva Era (mayo 2025) y el Libro Blanco sobre Control de Armamentos, Desarme y No Proliferación (noviembre 2025) articulan una visión estratégica que, a primera vista, ofrece un contrapeso al unilateralismo estadounidense. Frente a la lógica de exclusividad hemisférica de la NSS 2025, China propone un modelo de multipolaridad, no injerencia y cooperación Sur-Sur, materializado en iniciativas como la Iniciativa de Seguridad Global (GSI) y la Franja y la Ruta (BRI).

Según el documento oficial chino, su enfoque se basa en el respeto a la soberanía, el rechazo a las alianzas militares excluyentes y la defensa del multilateralismo reformado, con las Naciones Unidas como eje. En contraste con la retórica de “elección binaria” de EE.UU., China afirma que cada nación tiene derecho a definir su propio camino de desarrollo, sin imposición ideológica.

Sin embargo, un análisis más profundo —desde una perspectiva crítica de la colonialidad del poder— revela tensiones significativas entre el discurso y la práctica. La propuesta del gobierno chino, no representa una ruptura epistémica con el orden moderno/colonial, sino una disputa donde se abren perspectivas de varios centros con sus periferias o por el centro del mismo sistema.

6.1. Soberanía selectiva y la lógica del desarrollo-dependencia

China defiende el principio de no injerencia, aunque su modelo de cooperación en América Latina permanece inscrito en la lógica del sistema-mundo capitalista. No es ni será lo mismo que el modelo occidental, pero tampoco posee la fuerza ni la intención de subvertir las estructuras clásicas del intercambio desigual —una pretensión que, de concretarse, desencadenaría una confrontación de consecuencias impredecibles. El gran logro chino es haber sacado a 800 millones de sus ciudadanos de la pobreza bajo la dirección del Partido Comunista, sin dejarse resquebrajar internamente por las externalidades del modelo neoliberal. La potencia totalizante —con apenas 249 años de existencia— quiso doblegar una civilización milenaria y salió trasquilada.

Dicho lo anterior, los países de nuestra región exportan materias primas estratégicas (litio, cobre, soja, petróleo) e importan, a cambio, tecnología, infraestructura y capital chino en condiciones distintas a las impuestas por Occidente, aunque sin romper en esencia los rasgos estructurales del sistema-mundo, por las razones ya expuestas en secciones anteriores.

No obstante, el Libro Blanco de 2025 aporta un matiz crucial: China no se limita a una lógica extractivista, sino que institucionaliza su compromiso con la soberanía tecnológica y energética del Sur. Ha firmado acuerdos de cooperación nuclear con más de treinta países, incluidos Argentina y Brasil, e invirtió en centros de investigación y reactores de uso pacífico, como el de Neuquén. Además, ha capacitado a personal de Colombia, Perú, Chile y otros países en desminado humanitario, bioseguridad y respuesta a emergencias, ofreciendo bienes públicos reales donde EE.UU. solo impone condicionalidades.

Esto no equivale a una relación de dominación colonial, sino a una asimetría funcional distinta: no de imposición ideológica ni de subordinación racial, sino de cooperación condicionada por la racionalidad del desarrollo. La responsabilidad de las élites latinoamericanas es, en este punto, abierta y clara: no negocian como Estado, sino en nombre de intereses privados o familiares. El Estado actúa como bisagra que enmascara esos intereses tras la fachada de la soberanía nacional.

Por tanto, no se trata de una “transferencia de amo”, sino de una reconfiguración de relaciones de poder que, por primera vez en siglos, no están mediadas por el racismo civilizatorio occidental. Desde la perspectiva de Enrique Dussel, esto no constituye una “relación entre sujetos éticos” plena, pero sí representa una asimetría distinta: no de dominación militar o ideológica, sino de cooperación funcional con soberanía limitada, dada por las condiciones geopolíticas, económicas y culturales que el sistema-mundo capitalista impone a nuestra región —circunstancias que no son atribuibles ni a China, Rusia ni a ningún país de los BRICS+. Basta con desglosar el informe de la CEPAL para identificar quiénes controlan los flujos de inversión y la matriz de opresión moderna/colonial en nuestra geografía.

6.2. La colonialidad del desarrollo y la racionalidad instrumental

La visión china del desarrollo —centrada en la estabilidad, la eficiencia y el crecimiento de alta calidad— no cuestiona, en principio, la racionalidad instrumental que subyace al capitalismo global. No obstante, su énfasis en un Estado fuerte, la planificación estratégica y el control soberano sobre las palancas del desarrollo, ha posibilitado resultados redistributivos sin precedentes. Esto se evidencia en los casos de China y Vietnam, donde se han logrado avances cualitativos en los ámbitos industrial y tecnológico, incluso dentro de los límites de dicha racionalidad.

En contraste, América Latina —por responsabilidad directa de sus élites y por las características estructurales de quienes invierten en la región— ha sido relegada, en esta misma lógica, a la condición de mero espacio de extracción de recursos y mercado de consumo. Se le niega, así, su estatus de sujeto histórico portador de derechos colectivos.

Cabe destacar, sin embargo, que la racionalidad instrumental articulada desde Oriente —aun cuando permanece inscrita en dinámicas capitalistas— no reproduce las formas específicas de violencia epistémica, racialización política ni destrucción cultural que han caracterizado al imperialismo occidental.

6.3. Tercer Mundo y la persistencia de la división colonial del trabajo

El discurso chino apela al Sur Global como base de legitimación internacional. Pero, como en su momento señalaron Frantz Fanon y Aimé Césaire, la verdadera liberación de los pueblos colonizados no consiste en cambiar de amo, aclarando las diferencias evidentes entre la propuesta China y la de origen eurocéntrico y anglófono. Meditando con frialdad y sentido histórico lo existente, si tomamos en cuenta los autores citados América Latina y El Caribe, pueden aprovechar este momento de fricciones y reordenamiento: para avanzar con paso decidido: en el debilitamiento y posterior destrucción de la lógica de dominación.

El Libro Blanco de 2025 revela una dimensión ética explícita que, contrasta con el enfoque de EE.UU.: China ha ratificado el Protocolo Adicional II del Tratado de Tlatelolco, comprometiéndose formal y legalmente a no usar ni amenazar con armas nucleares contra ningún país de América Latina y el Caribe. Se opone al despliegue de misiles en la región, critica la militarización del Caribe por parte de EE.UU. y rechaza el bloqueo y las sanciones unilaterales.

No se trata de un recurso discursivo: es una política de no proliferación y no discriminatoria, en contraste con el “doble rasero” de Washington, que acusa a Venezuela de “narcoestado” mientras indulta al narco hondureño Orlando Hernández, expresidente de su país, condenado a 45 años de presidio en las cárceles norteamericanas. En las últimas horas, el presidente Trump, utilizando su red social, ha desnudado no sólo sus intenciones con Venezuela, sino su proyección con el continente «…hasta que devuelvan a Estados Unidos, todo el petróleo, las tierras y otros activos que nos robaron previamente». Porque en sus palabras no puede permitir que «un régimen hostil se apodere de nuestro petróleo, tierras, ni ningún otro activo, todo lo cual debe ser devuelto a Estados Unidos INMEDIATAMENTE». A confesión de parte…

6.4. India y el Sur Global: entre tradición de no alineación y horizontes descoloniales

La mención al papel creciente de India en América Latina —especialmente a través de su relación estratégica con Brasil— no puede reducirse a una mera variable de la competencia geopolítica entre EE.UU. y China. Como señala Vijay Prashad en Las naciones pobres, la India no solo fue uno de los pilares fundadores del Tercer Mundo —junto con Egipto, Indonesia y la desaparecida Yugoslavia—, sino que mantiene viva una corriente intelectual y diplomática crítica que cuestiona la lógica de subordinación funcional al orden atlántico.

Esta autonomía estratégica no es teórica, sino práctica. La reciente visita del presidente Putin a Nueva Delhi, con una comitiva encabezada por el viceprimer ministro Manturov (y no por el canciller Lavrov), envió un mensaje inequívoco: la economía es la “locomotora” de la relación bilateral. Esta priorización responde a una racionalidad soberana que, lejos de ser una alianza automática contra Occidente, es una apuesta por diversificar y asegurar sus propios intereses nacionales.

India, históricamente no alineada, mantiene simultáneamente relaciones estratégicas con EE.UU. (a través del Quad) y con Rusia (como su principal abastecedor de armamento durante décadas). Esta “ambigüedad estratégica” no es contradicción, sino resistencia inteligente: Nueva Delhi se niega a ser arrastrada a un bloque unipolar y negocia su margen en la intersección de potencias.

6.5. Rusia: el tercer pilar del Sur Global y su articulación con India

Si bien China propone una arquitectura de seguridad alternativa y Estados Unidos impone una lógica de exclusividad hemisférica, Rusia ha emergido como el tercer pilar del reordenamiento multipolar, no por su capacidad económica —claramente inferior a la de China, aunque, según el FMI y el Banco Mundial, con datos del  2024 es la cuarta economía en términos de PIB y paridad de poder adquisitivo (PPA)—, se trata más bien de su autonomía estratégica, su capacidad disuasoria nuclear y su férrea voluntad de resistir el cerco occidental, demostrada en el conflicto con la OTAN en Ucrania.

La relación entre Rusia e India es mucho más que una conveniencia táctica. La entrevista del embajador M. K. Bhadrakumar con Glenn Diesen aporta una visión privilegiada desde el establishment diplomático indio, revelando una cooperación profunda y multifacética que va más allá de la defensa y la energía:

Economía y comercio: ambas naciones se han fijado una meta de comercio bilateral de 100 000 millones de dólares.
Industria y agricultura: asociación estratégica para producir fertilizantes en India con insumos rusos.
Mano de obra y demografía: acuerdo para que 100 000 trabajadores indios calificados se desplieguen en Rusia.
Ártico y logística: India busca acceso a la Ruta Marítima del Norte con apoyo ruso.

Esta tríada —China, Rusia e India—, aunque internamente tensa, representa un núcleo multipolar que desafía la narrativa binaria de la NSS 2025. No se trata de un bloque monolítico, sino de alianzas situacionales basadas en la no injerencia y el respeto a la soberanía, principios que, desde la perspectiva descolonial, recuperan la memoria del Tercer Mundo como sujeto colectivo.

En conjunto, la alianza Rusia-India, reforzada por su respectiva relación con China, no busca ser antiestadounidense, sino antihegemónica: rechaza la concentración de poder y defiende un mundo en el que la soberanía no sea una concesión, sino un derecho inalienable. Y en esa labor, como destaca el embajador Bhadrakumar, la India funge como puente diplomático y económico, capaz de movilizar consensos en foros como los BRICS+ o la CELAC, y de demostrar que, incluso frente a la presión de Washington, la dignidad de un país se mide por su capacidad de decir «no».

  1. Conclusiones: entre la farsa de la bipolaridad y la posibilidad de una soberanía pluripolar 

La lectura conjunta de la National Security Strategy 2025 de Estados Unidos y del informe La Inversión Extranjera Directa en América Latina y el Caribe, 2025 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) revela una contradicción de base: la narrativa de Washington no describe la realidad, sino que busca imponerla. La NSS 2025 no responde a una competencia real con China en el hemisferio, sino a una estrategia de contención discursiva, diseñada para criminalizar cualquier intento de autonomía y mantener a la región dentro de los límites aceptables del orden imperial.

En contraste, el Libro Blanco de seguridad nacional de China reafirma principios de no injerencia, respeto a la soberanía y rechazo a alianzas militares excluyentes —una lógica que, sin ser emancipatoria, sí abre espacio para la pluralidad en un mundo que se resiste a la totalidad imperial.

Los números son contundentes. En 2024, Estados Unidos representó el 38 % de la inversión extranjera directa en América Latina y el Caribe, seguido por la Unión Europea con el 15 %. China, en cambio, apenas alcanzó el 2 % según la balanza de pagos, y 4,85 % según estimaciones alternativas. Rusia e India, por su parte, no figuran siquiera en los rankings oficiales, no porque no existan vínculos, sino porque su presencia se expresa en formas que el aparato estadístico occidental no reconoce como “inversión”: acuerdos de cooperación técnica, líneas de crédito soberanas, transferencia de tecnologías sensibles (como energía nuclear) o sistemas de pago alternativos. Este silencio metodológico no es inocente: es funcional al discurso hegemónico.

Frente a esta asimetría, la NSS 2025 construye un “enemigo externo” —China, Rusia, el BRICS+— no por su peso real en la región, sino por su potencial simbólico de legitimar otra forma de inserción internacional: no subordinada, no extractivista en clave de sumisión territorial, no racialmente jerarquizada. La demonización del Sur Global responde, entonces, a una lógica preventiva: si los países latinoamericanos descubren que pueden negociar con múltiples centros sin pedir permiso a Washington, el mito del “patio trasero” colapsa.

Sin embargo, la mayor traba a la soberanía no está en el exterior, sino en el interior. Las élites latinoamericanas —eurocéntricas, oligárquicas, en muchos casos cleptócratas— han convertido la política exterior en una extensión de sus circuitos financieros privados. Ellas no negocian en nombre de los pueblos, sino en defensa de sus privilegios de clase y su identidad colonial. Por eso, incluso cuando los flujos de inversión permiten margen de maniobra —como demuestra la diversificación de socios en Brasil, México o Chile—, ese margen se consume en el interés privado, no en el proyecto nacional.

Pero existen excepciones que iluminan otro camino. Se trata de propuestas no exentas de dificultades, incluso en el ámbito local demonizadas: tanto Venezuela, Nicaragua y Cuba, en sus relaciones económicas con China, Rusia o el BRICS+, no han sido mediadas por la oligarquía local ni por la lógica del enclave. Al contrario: han servido como mecanismos de resistencia frente al bloqueo, como herramientas de defensa de la soberanía energética, como espacios de cooperación en salud, ciencia, y como alternativas ante la exclusión financiera impuesta por el orden unipolar. Estas alianzas, aunque limitadas por asimetrías estructurales, han tenido un sentido popular y antiimperialista, no mercantil ni privatista.

Esto no significa idealizar a Pekín, Moscú o Nueva Delhi. Sus intereses son estratégicos, no mesiánicos. Pero ninguno de ellos impone una civilización, ninguno pretende borrar nuestras memorias, nuestras lenguas o nuestras formas de vida. En contraste, el proyecto anglófono —racializado, expansionista, genocida en Gaza y Ucrania— sí busca anular la alteridad. Incluso reivindicando como propio, los recursos, la tierra, de otras naciones como el caso específico de Venezuela en el continente. Este ejemplo, que es parte de discusión y debate, deja muy claro que sus argumentaciones en base al terrorismo, narcotráfico, dictaduras, gobiernos autócratas u hostiles, tienen un claro objetivo: el saqueo y despojo de nuestros recursos. Por eso, no se trata de elegir entre imperios, sino de reconocer que solo uno de ellos niega el derecho a la diferencia y a la soberanía.

La encrucijada, entonces, no es entre Washington o Pekín. Es entre la reproducción del orden colonial desde adentro y la construcción de una soberanía pluripolar desde los pueblos. Mientras las decisiones sobre el destino nacional se sigan tomando en los clubes privados, en las cuentas offshore y en los salones donde se negocia el botín con la alicaída gran potencia, ninguna arquitectura multipolar logrará transformar la dependencia en autonomía.

Pero si los pueblos recuperan el control del Estado —no como aparato represivo, sino como instrumento de emancipación—, América Latina puede dejar de ser periferia funcional y convertirse en sujeto histórico de un nuevo orden civilizatorio. De ese modo, es posible romper la lógica misma de centros y periferias, como lo enseñó Enrique Dussel.

El documento comienza con una estrofa de la obra Fulgor y Muerte de Joaquín Murieta, escrita en 1967. Su contexto histórico es tremendo: los golpes de Estado en Brasil de 1964, en República Dominicana en 1965, el incremento de la intervención militar en Vietnam por parte del gobierno norteamericano, utilizando bombardeos masivos. Neruda responde desde su esfera de incidencia escribiendo su única obra de teatro, donde exalta la figura del bandido latino que se opone a la barbarie imperial anglófona.

¿Cuánta falta nos hace subvertir el orden epistémico, político y social vigente desde nuestros espacios?
¿Cuánta falta nos hace entender nuestro enclaustramiento, nuestras limitaciones coloniales instaladas que dificultan incluso las reflexiones más apremiantes?

La segunda emancipación ya tiene su adversario: no son los países que, con intereses propios, pero sin pretensión de anular nuestra alteridad, abren espacios para nuestra autonomía. El enemigo está en el modelo que desde 1492 impone una civilización única —racializada, extractivista, genocida en sus márgenes— y que hoy, bajo el disfraz de “alianza” o “seguridad”, sigue negando a nuestros pueblos el derecho a existir en plural.

Bibliografía
Documentos base oficiales

United States Government. (2025). National Security Strategy of the United States of America – November 2025. Washington, D.C.: The White House.
República Popular China. (2025). Control de Armamentos, Desarme y No Proliferación de China en la Nueva Era. https://www.politica-china.org/control-de-armamentos-desarme-y-no-proliferacion-de-china-en-la-nueva-era/
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). (2025). La inversión extranjera directa en América Latina y el Caribe, 2025 (LC/PUB.2025/7-P/Rev.1). Santiago: Naciones Unidas.

Fuentes complementarias

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Césaire, Aimé. (1950). Discurso sobre el colonialismo. París: Présence Africaine.
Cid, Omar. (2025, 28 de agosto). Venezuela: el narcotráfico y la geopolítica del Caribe. Crónica Digital.
Dussel, Enrique. (2009). Política de la liberación: historia mundial y crítica. Madrid: Trotta.
Dussel, Enrique. (2012). Pablo de Tarso en la filosofía política actual y otros ensayos. Madrid: Editorial Biblioteca Nueva.
Fanon, Frantz. (1961). Los condenados de la tierra. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Grosfoguel, Ramón. (2016). Caos sistémico, crisis civilizatoria y proyectos descoloniales: pensar más allá del proceso civilizatorio de la modernidad/colonialidad. Tabula Rasa, (25), 153–174.
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Laborie Iglesias, Mario. (2025). La visión estratégica de la República Popular China en la nueva era: análisis del Libro Blanco sobre Seguridad Nacional (2025). Documento de Opinión IEEE 77/2025. Madrid: Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), Ministerio de Defensa de España. https://www.defensa.gob.es/ceseden/-/ieee/la_vision_estrategica_de_la_republica_popular_china_2025_dieeeo77
Prashad, Vijay. (2013). Las naciones pobres: una posible historia global del Sur. Ediciones Península.
Trump, Donald (Dic.16.2025) Rapid Response 47 en X: «https://t.co/QS8Whosuml» / X

*Escritor y analista político, miembro del Consejo Editorial de Crónica Digital

Crónica Digital
Santiago de Chile, 17 de diciembre del 2025

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