En un momento caracterizado por la polarización y la crisis de representación de muchas estructuras políticas tradicionales, vale la pena volver a hablar sobre un tópico del proyecto de ley del diputado Jaime Mulet, actual candidato a las primarias presidenciales 2025, que tiene que ver con ideas fundamentales que sostienen a la organización política de una nueva forma y que se expresan en tres ejes: el federalismo, la democracia y la comunidad. No en tanto conceptos dislocados o modas ideológicas, sino en cuanto prácticas políticas concretas orientadas por la vida común.
Aunque los tres suelen ser considerados en forma separada, aquellos tres pilares–eje están entrelazados. No se puede pensar en un federalismo justo sin profundidad democrática, no hay profundidad democrática sin comunidad activa, y no se puede pensar en la existencia de comunidad sin lazos de solidaridad. Esto significa que, para que la política de un Nuevo Chile tenga futuro, debe reorganizar sus prioridades y lineamientos en relación con esos tres polos.
Federalismo: más que una división del poder
El federalismo no debe seguir siendo este concepto de una mera distribución administrativa de competencias. Su dimensión profunda es, justamente, el “reconocimiento institucional de la diversidad”: cultural, económica, geográfica. Se trata de una “apuesta” y, si se quiere, de una apuesta generosa, por “convivir en la diferencia, con autonomía y sin aislamiento”.
Pero también puede ser una trampa, si implementamos un federalismo de mala manera. Puede llegar a acentuar las desigualdades, reforzar los caciquismos locales y profundizar una ciudadanía fragmentada. Por eso, el federalismo debe ir acompañado de la “solidaridad interterritorial”, de mecanismos de justicia y de coordinación política real. Federalismo que no redistribuye ni articula no es federalismo: es fragmentación y es lo que se quiere evitar.
Democracia: más allá del voto
Reducir la democracia al acto de votar es como reducir la vida a respirar. Sin participación efectiva, sin deliberación pública, sin control de la comunidad sobre el poder, lo que queda es una cáscara vacía. Y si esa cáscara vacía es permanente por mucho tiempo, la desafección y el autoritarismo se cuelan por las grietas.
Hoy, más que nunca, necesitamos más democracia, una democracia participativa, donde las comunidades puedan tomar decisiones, intervenir en los presupuestos, elegir a sus representantes, pero también revocarlos o evaluarlos. La democracia se fortalece cuando se vive cotidianamente, no solo cuando se celebran elecciones.
Comunidad: el corazón político del territorio
Una comunidad en el territorio no es solo la cantidad de personas que habitan un barrio. Es una construcción social y política, un entramado de vínculos, de sentidos compartidos, de compromisos mutuos. Es el espacio donde la política se vuelve próxima y las decisiones tienen rostro y consecuencias concretas.
Hablar de comunidad no implica en lo más mínimo idealizar la homogeneidad. Al contrario, una comunidad viva reconoce sus diferencias, las integra y las convierte en motor de acción colectiva. La política comunitaria es aquella que sabe de su diversidad, la integra, la asume y se las arregla para hacer que los antagonismos puedan confluir en objetivos comunes.
Un equilibrio dinámico y necesario
Estos tres conceptos no son piezas fijas de una buena organización política. Son tensiones en movimiento, que deben mantenerse en equilibrio. Un federalismo sin comunidad se vuelve frío e ineficaz. Una democracia sin comunidad se convierte en formalismo. Una comunidad sin democracia puede volverse excluyente. Y sin un marco federativo justo, todo esto se desarticula.
En tiempos donde muchas personas sienten que la política ya no les habla ni les sirve, hay que reconstruir ese vínculo desde abajo. Desde las comunidades, desde los territorios, desde una democracia que escuche y un federalismo que incluya y, como dice Jorge Sharp, construir una Nueva Alianza con perspectiva de futuro.
Además, esta propuesta puede ir acompaña de más igualdad y proporcionalidad de los territorios. Podemos elegir una cantidad determinada de diputados por distritos, un sistema pentanominal donde todos los distritos pesen lo mismo en la Cámara de Diputados. Esto requiere un redistritaje para una mejor igualdad de los territorios.
Porque solo así –con autonomía, participación, libertad y solidaridad– podremos construir una comunidad donde el federalismo no divida, la democracia no se desgaste y la comunidad no se disuelva.
Por Braulio Meza Guerrero. El autor es Convencional Nacional de la Federación Regionalista Verde Social.
Santiago, 13 de junio de 2025.
Crónica Digital.