Por Álvaro Ramis
En el Chile actual, pocas paradojas resultan tan evidentes como la que representa el Partido Republicano de José Antonio Kast. Su nombre invoca una tradición política fundada en los principios de la libertad, la legalidad, la participación ciudadana y el control del poder. Sin embargo, en su ideario, su práctica parlamentaria y su retórica política, este partido encarna una negación sistemática de los valores que estructuran un verdadero sistema republicano.
Una república —en su sentido clásico y moderno— se define por el rechazo a la concentración arbitraria del poder y por la afirmación de la soberanía popular, la separación de poderes, el respeto a los derechos fundamentales, la igualdad ante la ley, la rendición de cuentas, y la participación ciudadana. Son estos principios los que protegen a una sociedad del despotismo y del autoritarismo, permitiendo una vida política basada en la deliberación y el bien común.
El Partido Republicano, sin embargo, ha promovido con firmeza una agenda que subvierte estas bases. Su negación sistemática de los derechos sociales como componentes esenciales de la dignidad humana; su desprecio por la libertad de expresión pluralista; su insistencia en una noción jerárquica y homogénea de la sociedad; su rechazo a las políticas de memoria y derechos humanos; y su proyecto de restauración autoritaria del orden, constituyen una amenaza directa al espíritu republicano.
No se trata solo de una cuestión semántica. La palabra “república” no puede ser vaciada de contenido sin consecuencias. En nombre de ella se han construido instituciones que, aunque imperfectas, han permitido el avance hacia sociedades más justas, abiertas y democráticas. Utilizar ese nombre para sostener una propuesta que desprecia el pluralismo, que desconfía de la deliberación pública y que sueña con un orden social fundado en la obediencia y la homogeneidad, no es solo una contradicción: es una impostura política.
La verdadera república no teme la diversidad, sino que la protege. No aplasta el disenso, sino que lo convierte en motor del diálogo político. No reemplaza la ley por la voluntad de una figura fuerte, sino que limita a los poderosos en nombre de todos. No recurre al miedo ni al castigo como forma de cohesión social, sino a la justicia y al reconocimiento mutuo.
José Antonio Kast y su partido pueden llamarse republicanos, pero sus propuestas y acciones reflejan más bien una nostalgia por el autoritarismo, una tentación por el orden impuesto y una visión excluyente de la ciudadanía. La república que evocan es una ficción que encubre una vocación reaccionaria.
La defensa del republicanismo no es patrimonio de un sector político: es una tarea compartida por quienes creen en la libertad, la igualdad y la dignidad de todas las personas. Y es precisamente en momentos como este, cuando el nombre de la república es manipulado con fines antidemocráticos, que debemos reafirmar con claridad qué significa vivir en una república.
Santiago de Chile, 26 de julio 2025
Crónica Digital