Las migraciones que son resultado de la guerra del capital contra la naturaleza – Al servicio de la verdad

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Largas, transparentes

}Y en sus barrigas llevan

Lo que puedan arrebatarle al amor.

La mato y aparece una mayor,

Con mucho más infierno en digestión.

Extracto de la canción, Sueño con serpientes, escrita por Silvio Rodríguez (1975).

I. Refugiados del clima: cuando el capital expulsa y la Tierra responde,

Mientras las élites continúan negociando cuotas de carbono en hoteles de cinco estrellas, millones de personas se ven forzadas a abandonar sus hogares, sus territorios y sus historias. No huyen de guerras convencionales, sino de una guerra silenciosa y devastadora: la del capital contra la naturaleza. El cambio climático no es un fenómeno natural, sino un crimen estructural, cuyas víctimas ya tienen rostro: son los desplazados del clima. Chile no es ajeno a esta realidad. Según una nota publicada por la Universidad de Chile (2020), y con base en datos de CONAF, cerca del 22 % del territorio continental del país se encuentra en riesgo de desertificación. En consecuencia, se espera que la población habitante de las zonas más afectadas viva empobrecimiento y degradación de sus núcleos familiares, obligándolos a migrar hacia lugares con mejores condiciones.

Según datos recogidos por Kohei Saito en La naturaleza contra el capital, si el nivel del mar aumenta hasta dos metros —una posibilidad cada vez más probable— “podría resultar en la pérdida de una superficie de 1,79 millones de km² de tierra, incluidas las regiones críticas de producción de alimentos, y el posible desplazamiento de 187 millones de personas” (Saito, 2022, p. 16). No se trata de ciencia ficción ni de escenarios hipotéticos: hablamos del presente y del desarraigo que ya viven miles de personas en Bangladesh, El Caribe y el Sahel africano. Son varias las zonas costeras latinoamericanas amenazadas con desaparecer producto del crecimiento en el nivel del mar, entre ellas Río de Janeiro en Brasil y Barranquilla en Colombia.

Hoy, las sequías y la desertificación constituyen una forma de violencia que afecta extensas zonas rurales, a través del retroceso del litoral costero y la pérdida de empleos locales. Por eso, resulta ingenuo atribuir estos fenómenos al azar o a simples “cambios naturales”. Lo que está ocurriendo es lo que Karl Marx denominó —y que Saito retoma con fuerza— una fractura metabólica entre sociedad y naturaleza. Para reproducirse, el capital necesita romper el equilibrio ecológico y reorganizarlo a su favor. “El capitalismo se caracteriza fundamentalmente por la enajenación de la naturaleza y por una relación distorsionada entre los humanos y la naturaleza” (Saito, 2022, p. 23). Esa distorsión es la que transforma los territorios en zonas de sacrificio, y a sus habitantes en población sobrante, prescindible.

La crisis ecológica no está deteniendo la acumulación capitalista, todo lo contrario: la está profundizando. Hoy, el capitalismo funciona como un “capitalismo del desastre” (Saito, 2022, p. 16), que se enriquece gracias a la destrucción. Mientras unos pierden su casa por la sequía o por el avance del mar, otros prosperan vendiendo seguros climáticos, alimentos procesados o dispositivos de control migratorio. La miseria de unos es el negocio de otros.

En ese contexto emerge un nuevo sujeto: el proletariado ambiental. No definido por la fábrica, sino por la exclusión total de los medios de vida. “La gente rica sobrevivirá, y el capitalismo de desastre continuará acumulando riqueza (…) mientras las pobres y futuras generaciones se volverán mucho más vulnerables al desastre ambiental” (Saito, 2022, p. 16). En este mundo roto, defender la vida —defender el agua, la tierra, el aire— es un acto profundamente revolucionario. Al proletario ambiental, debemos considerarlo como un superviviente de la crisis ecológica y la violencia del sistema. Muy probablemente, desde sus manos nacerá la verdadera transformación social. Coincidentemente, ya en la segunda parte del siglo XX,  Frantz Fanon indicaba que estos grupos humanos son una consecuencia del desarrollo del modelo, violento por naturaleza con la población habitante de sectores más empobrecidos, hombres y mujeres, oprimidos desde el origen de sus vidas. Por eso, se les reconoce como actores centrales en cualquier lucha por la liberación (Fanon, 1961).

Nos quieren hacer creer que la migración climática es un asunto humanitario, cuando en realidad es un síntoma del colapso de un sistema que no reconoce límites. Como si fueran “efectos colaterales”, cuando en verdad son consecuencias directas de un modelo que, como dice Saito, ha ignorado deliberadamente las advertencias científicas y ha preferido “gastar una enorme parte de su presupuesto en investigaciones negacionistas del cambio climático” (Saito, 2022, p. 15).

Ante esto, no basta con hablar de la “transición verde”. Lo que necesitamos es una ruptura ecosocial, una transformación radical que recupere la noción de comunidad con la Tierra. Marx no fue un tecno–optimista ingenuo, como algunos caricaturizan. Según Saito, su proyecto final “llegó a considerar las crisis ecológicas como la contradicción fundamental del modo de producción capitalista” (Saito, 2022, p. 31). Y eso implica que el socialismo no puede limitarse a repartir mejor los bienes: debe cambiar la forma en que nos relacionamos con la naturaleza.

Quienes luchamos por la justicia ambiental sabemos que este no es un tema técnico, sino político. No hay justicia climática sin justicia migratoria. No hay justicia migratoria sin una crítica frontal al capital fósil y a su modo de habitar la Tierra. Por eso, hablar de migración climática es hablar de derechos, de soberanía, de territorio, de clase. Y también de futuro.

No podemos seguir naturalizando lo que es estructural. La migración forzada por el colapso ecológico no es el final de la historia. Es el grito desesperado de un planeta que ya no puede sostener este modelo de acumulación. Escuchar ese grito —y actuar en consecuencia— es nuestra responsabilidad política, ética y humana.

II. Los nuevos condenados de la tierra.

El desplazamiento climático es una consecuencia del modelo capitalista. Según Fanon, esto se debe a que el sistema necesita ocupar territorios para su beneficio, con todo lo que exista en su interior, incluyendo vidas sacrificadas y la opresión hacia la población más vulnerable (Fanon, 1961).

Vivimos en un mundo de estructuras complejas, donde el capitalismo ha actuado forjando una geografía dual en la que existen dos zonas, la de los privilegiados y la de los olvidados, estos últimos descritos por Fanon como los condenados de la tierra, habitantes de zonas de sacrificio, convertidos en una suerte de población excedente, prescindibles desde tiempos coloniales hasta nuestros días (Fanon, 1961). La violencia estructural del sistema se sostiene gracias a estos males, reproduciendo una y otra vez el espiral de la violencia, el olvido y la muerte.

Los nuevos condenados de la tierra son millones de personas víctimas de un modelo económico que destruye vidas y los espacios donde converge, obligándolos a dejar sus orígenes, transformándolos en población sobrante, sin nombre e  identidad. Es una de las tantas formas en cómo actúa el capital, parte de su lógica destructiva y de dominación, evidenciada por la destrucción de territorios y sus economías locales, provocando el éxodo de su población a otros lugares. De alguna manera, esto se ha convertido en una oportunidad de negocio para unos pocos, tal como ya ocurría en el siglo recién pasado, descrito por Fanon: “la riqueza del imperialismo es nuestra miseria” (Fanon, 1961).

III. El refugiado climático.

Durante los últimos años, el término “refugiado climático” se ha vuelto cada vez más común, especialmente en lugares donde ya se ven los efectos negativos de la crisis medioambiental mencionada en apartados anteriores. Describe a la persona obligada a abandonar su territorio por fenómenos como las sequías extremas, las tormentas o la desertificación, eventos que imposibilitan una vida en condiciones dignas. Desafortunadamente, y pese su contexto de vida negativo, este término no aparece aún oficialmente en el derecho internacional –pese su carácter urgente–, por lo que jurídicamente es imposible legislar para cuidar a la población habitante de los territorios en riesgo de desastres derivados del cambio climático, tal como lo menciona ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), en su informe Cambio climático, desastres naturales y desplazamiento humano: la perspectiva del ACNUR (2008).

Desde hace algunos años, la emergencia del cambio climático ha quedado en evidencia en distintas zonas de Chile. En la Región de Coquimbo, la agricultura ha evidenciado un notable deterioro. Según señalaba hace algún tiempo Diario Financiero (2021): En ciertas zonas de ese valle “todavía quedan algunas familias que se dedican a la venta de productos orgánicos, como la miel o de quedo se cabra, pero su subsistencia es cada vez más difícil, porque no hay agua” (…) Esto es una bomba de tiempo, o sea, en cualquier minuto va a pasar un pueblo sin producción, sin desarrollo, sin absolutamente nada”. Sin dudas, el efecto del cambio climático tendrá efectos devastadores en la población en el norte chico, la que verá obligada a migrar.

Lo que alguna vez fue un mito, con los años se convirtió en una realidad cuando la crisis ecológica se hizo evidente, como una nueva faceta del modelo capitalista, el que supo cómo adaptarse a nuevas realidades. El capitalismo en todas sus facetas es destructivo, debido a su carácter flexible. Ha aprendido y sabido adaptarse a las más diversas situaciones, aprovechándose de eventos históricos y características socioculturales de los pueblos oprimidos. Así despoja a las personas de sus territorios, los que son convertidos en mercancías, lugares desde donde comienza un éxodo que parece no tener final.

La tierra se destruye a pasos agigantados. En cuestión de 200 años terminamos condenando al planeta y sus habitantes. Extrañamente, el sistema que destruye, también aporta soluciones. Fanon advertía lo mismo por parte del colonialismo: “Mata y luego exige gratitud por haber dejado algunos sobrevivientes” (Fanon, 1961). En el presente, las grandes potencias capitalistas y del calentamiento global, son los grandes oferentes de soluciones frente a la realidad actual, aportando fondos económicos y tecnológicos para afrontar las consecuencias de sus actos, en un juego importante para el desarrollo de sus estructuras de dominación. Ciertamente, esto no soluciona el problema de fondo, debido a que estamos inmersos en un momento donde se hace necesario pensar en cómo incorporar soluciones a esas dificultades, antes de que exploten frente a nuestros rostros. Es por esto, que no son pocos los países que están buscando como legislar respecto a estos temas.

Quienes migran por temas climáticos, no lo hacen con el fin de huir de fenómenos naturales, sino que por las consecuencias de una violencia estructural, la que en el presente aparece frente a nosotros transformada en sequía, monocultivos e incendios forestales. Bajo esta circunstancia, migrar se transforma en un acto de sobrevivencia, frente a un sistema que destruye grandes territorios, desplazando personas, los nuevos condenados de la tierra, migrantes que no buscan caridad, sino justicia.

Bibliografía.

ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), Informe Cambio climático, desastres naturales y desplazamiento humano: la perspectiva del ACNUR (2008).

Disponible en: https://www.unhcr.org/sites/default/files/legacy-pdf/497891022.pdf

Diario Financiero, Chile un punto caliente del cambio climático, 14 de agosto del 2021.

https://www.df.cl/df-mas/hablemos-de/chile-punto-caliente-del-cambio-climatico?

Fanon, F. (2009). Los condenados de la tierra (V. Monasterio, Trad.). Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1961)

Universidad de Chile, Expertos de la U. de Chile alertan sobre los riesgos de la desertificación en el país, 17 de junio del 2020.

https://uchile.cl/noticias/164396/academicos-u-de-chile-alertan-sobre-riesgos-de-la-desertificacion

Saito, K. (2022). La naturaleza contra el capital (J. E. Grompone, Trad.). Ediciones Akal. (Obra original publicada en 2020)

Autores:

Patricio Medina Johnson, Economista USACh, M.Sc. Governance of Risk and Resources University Heidelberg.

Arturo I. Castro Martínez, Profesor y Licenciado en Historia y Ciencias Sociales, Máster en Historia Contemporánea y Mundo Actual de la Universidad de Barcelona.

Santiago, 6 de agosto de 2025.

Crónica Digital.

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