Hoy 29 de septiembre se conmemora el “Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos”, una fecha designada por la Asamblea General de las Naciones Unidas para llamar la atención global sobre esta problemática crítica y fomentar acciones para combatirla.
La pérdida y el desperdicio de alimentos representan una de las paradojas más grandes de nuestro tiempo. Mientras cientos de millones de personas en el mundo sufren de hambre o inseguridad alimentaria, se estima que alrededor de un tercio de todos los alimentos que son producidos para el consumo humano se pierde o se desperdicia anualmente.
UN FENOMENO GRAVE
Este fenómeno social va mucho más allá de una simple cuestión ética. Tiene un conjunto de graves implicaciones en tres esferas clave. En términos económicos, representa una pérdida financiera para los agricultores, empresas y consumidores. En el ámbito social, acentúa la disparidad en el acceso a los alimentos y socava los esfuerzos para erradicar el hambre.
Una de las dimensiones más importantes tiene un carácter ambiental. Los alimentos que son desechados en vertederos se descomponen y generan metano, un potente gas de efecto invernadero, contribuyendo al cambio climático. Además, se desperdician todos los recursos (agua, tierra, energía, mano de obra) utilizados para producir, procesar y transportar esos alimentos.
Para mejor aprehender las implicancias asociadas a la fecha conmemorativa, es necesario hacer una diferenciación entre los conceptos de “pérdida” y “desperdicio”.
La pérdida de alimentos suele ocurrir en las etapas iniciales de la cadena de suministro, desde la cosecha, pasando por el almacenamiento, transporte y procesamiento. Suele ser causada por problemas técnicos, condiciones climáticas o infraestructura inadecuada.
El desperdicio de alimentos se produce en las etapas finales, es decir, a nivel minorista, en servicios de comida y, notablemente, en los hogares de los consumidores. Esto se debe a menudo a compras excesivas, mala planificación, confusión con las fechas de caducidad o simplemente servir porciones demasiado grandes.
EL DESAFÍO CHILENO
En el marco del Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, es necesario subrayar que Chile enfrenta un desafío de enorme significación. La problemática es global, pero las cifras nacionales exigen una acción urgente y coordinada.
Las estadísticas reflejan la magnitud del desperdicio en el país. Se estima que los chilenos botan cerca de 3.700 millones de kilos de comida al año a la basura. Esta cifra alarmante equivale al volumen de más de 4.000 canchas de fútbol llenas de comida y representa una pérdida económica considerable.
Al igual que en el resto del mundo, una parte importante del problema se concentra en el consumo. Los estudios indican que una gran mayoría de los hogares chilenos desperdician alimentos, por compras excesivas, mala conservación o confusión en fechas de caducidad. El desperdicio agrava la inseguridad alimentaria que afecta a una parte de la población y, al mismo tiempo, contribuye a la crisis ambiental.
Lo más afectado: las frutas y verduras se encuentran entre los alimentos que más se pierden o desperdician a lo largo de la cadena, desde el campo hasta la mesa.
A partir de esta realidad, Chile ha comenzado a implementar políticas e iniciativas públicas intersectoriales para alinearse con el ODS 12.3 de las Naciones Unidas, que busca reducir a la mitad el desperdicio de alimentos para 2030 per cápita a nivel minorista y de consumo, y reducir las pérdidas de alimentos a lo largo de las cadenas de producción y suministro.
El país debe avanzar hacia el diseño de una Estrategia Nacional para Prevenir y Reducir las Pérdidas y el Desperdicio de Alimentos al 2040, con un compromiso de largo plazo para abordar la problemática de forma sistémica, en base a una planificación estratégica y a una articulación coordinada del sector público, privado, la sociedad civil y la academia, para la generación de una línea base de medición y fomentar cambios legislativos.
Es necesario multiplicar iniciativas y campañas que ya se han implementado a nivel local, como la creación de Bancos de Alimentos que rescaten comida apta para el consumo y que sea distribuida a organizaciones sociales y comunitarias.
El consumidor chileno juega un rol fundamental. Puede contribuir a la tarea con una acción que se centra en las llamadas “4 C”:
Compra: Comprar solo lo necesario y planificar el menú semanal para evitar excedentes.
Conservación: Almacenar los alimentos de forma adecuada para prolongar su frescura.
Consumo: Servir porciones adecuadas y priorizar el consumo de los alimentos más antiguos.
Conversión: Ser creativos y reutilizar las sobras para preparar nuevos platos.
Reducir el desperdicio en Chile es un imperativo ético y ambiental. Se trata de valorar el trabajo del campo, optimizar los recursos naturales y acercarse al objetivo de un sistema alimentario más justo y sostenible. Al poner fin a la pérdida y el desperdicio de los alimentos, no solo honramos el trabajo de quienes los producen, sino que también se actúa por las personas y por el planeta.
Por Mónica Sánchez. La autora es administradora pública y vicepresidenta nacional de la Federación Regionalista Verde Social (FREVS).
Santiago, 29 de septiembre de 2025.
Crónica Digital.