Por Daniel Jadue
La Cancillería chilena ha emitido una escueta declaración expresando su “preocupación” por los recientes ataques a edificios civiles e instalaciones nucleares en Irán. A primera vista, parece un acto de responsabilidad diplomática. Pero en el fondo, lo que se expresa no es prudencia: es cobardía política y sumisión a la política exterior de EEUU, disfrazada de neutralidad técnica.
En un mundo donde las agresiones se ejecutan con drones, sanciones y discursos en nombre de la “seguridad global”, optar por el silencio cómplice o la ambigüedad calculada es también tomar partido. Y en este caso, el gobierno chileno se ha alineado, una vez más, con la narrativa del imperialismo occidental y del sionismo genocida: condenar sin nombrar al agresor, llorar sobre los escombros sin acusar a quien empuña el misil.
Porque, seamos claros: el ataque fue israelí. Israel, el mismo Estado que ha violado sistemáticamente el derecho internacional, que ha desoído más de 70 resoluciones de la ONU y que hoy comete un genocidio transmitido en vivo contra el pueblo palestino, actúa impunemente en suelo iraní sin recibir condena alguna de los gobiernos supuestamente “democráticos” de Occidente. Y Chile, en su rol de alumno aplicado del orden neoliberal internacional, opta por el gesto simbólico en vez de la condena moral y política que corresponde.
A quienes argumentan que Chile debe mantener una posición prudente por respeto a su política exterior tradicional, habría que recordarles que la historia de nuestra diplomacia no está escrita solo en acuerdos comerciales, sino también en los silencios que han legitimado invasiones, golpes de Estado y crímenes de guerra.
Lo que hoy se necesita no es diplomacia tecnocrática, sino política con contenido. Porque la agresión a Irán no es un hecho aislado: forma parte de la lógica de guerra permanente impulsada por EE.UU. e Israel para garantizar su hegemonía militar y energética en Medio Oriente. En esa estrategia, la narrativa occidental se resume en una premisa perversa: «tenemos derecho a bombardear a quien nos desafíe».
Chile, al no denunciar explícitamente esta lógica, se convierte en parte de ella. ¿O acaso nuestra diplomacia tiene miedo de incomodar a sus socios comerciales? ¿Teme perder la simpatía de la Embajada de EE.UU. o el favor de los Centros de Pensamiento internacionales?
El gobierno del Presidente Boric ha buscado, al menos en su retórica, proyectar una política exterior con énfasis en los derechos humanos y la justicia global. Pero esta pretensión se desploma cuando se omite condenar hechos tan graves como el bombardeo a zonas residenciales e infraestructura nuclear civil, en un acto que pone en peligro no solo la soberanía de Irán, sino la paz regional y global.
Esta falta de coherencia se profundiza cuando se recuerda que el mismo gobierno, hace pocos días atrás, propuso medidas simbólicas como dejar de comprar armas a Israel y retirar los agregados militares de la embajada chilena en Tel Aviv. Pero ¿qué pasó con esas propuestas? Quedaron congeladas, sepultadas por el veto de sectores conservadores que, en nombre del “realismo político”, impusieron la continuidad del alineamiento internacional servil.
La pasividad de la Cancillería no es un problema aislado. Es parte de una tendencia más amplia: la subordinación de la política exterior a los intereses del capital transnacional, los lobbys armamentistas y las presiones diplomáticas del Norte global. Y esto ocurre mientras en Gaza los hospitales se convierten en tumbas, y en Irán, los reactores nucleares civiles son blanco militar sin que a nadie parezca importarle.
En este escenario, cualquier expresión de «preocupación» que no señale al agresor, no solo es insuficiente, es indecente.
La política exterior debe tener memoria, ética y coraje. Chile tiene una tradición de lucha contra el colonialismo, desde Salvador Allende hasta los movimientos sociales que hoy exigen una América Latina soberana. Callar hoy frente a la agresión a Irán es traicionar esa historia.
Necesitamos una política internacional al servicio de los pueblos, no de las potencias. Una diplomacia activa, anticolonial y solidaria. Porque en tiempos de barbarie, la neutralidad no es paz, es complicidad.
El autor es arquitecto y sociólogo.
Fue alcalde de la comuna de Recoleta por tres periodos en ese tiempo desarrolló programas sociales, entre ellos la Farmacia, la Óptica y la Librería Popular, el Centro de Rehabilitación, la Red de Bibliotecas y la Universidad Abierta.
Santiago de Chile, 16 de junio 2025
Crónica Digital