Por Daniel Jadue
Según el último informe del INE, la tasa de desocupación en Chile subió al 8,5% en el trimestre marzo-mayo de 2025. Un dato que algunos tratan como si fuera una “mala racha” del mercado, un pequeño “tropiezo” en el camino hacia la recuperación. Pero desde una perspectiva de clase, lo que se visibiliza aquí no es una anomalía del sistema, sino una de sus características fundamentales. Los empresarios suelen decir que son el motor de la economía, que ellos dan trabajo, nada de lo cual resulta efectivo. Ellos compran fuerza de trabajo, porque sin la fuerza de trabajo no podrían producir y para pagar por el, menos de lo que vale en realidad, utilizan la escasez de puestos de trabajo como regulador de las pretensiones de las y los trabajadores.
En el capitalismo, el desempleo no es una falla, sino una herramienta. Una pieza clave en el engranaje de la dominación que permite y promueve la precarización. Los números muestran que, pese al crecimiento interanual del empleo (2,9%), la fuerza de trabajo sigue creciendo más rápido que la generación de empleos, y particularmente en sectores como la construcción, que ha sufrido una contracción dramática.
Y qué significa esto. Que el capital, siempre en búsqueda de mayor rentabilidad, no necesita a toda la población activa empleada. De hecho, le conviene mantener un “ejército industrial de reserva”, como lo llamaba Marx, es decir: una masa de trabajadores desocupados o subempleados que sirven para disciplinar al resto, mantener bajos los salarios y generar competencia entre quienes venden su fuerza de trabajo, mediante la amenaza inmediata de reemplazo ante cualquier provocación.
De esta manera, el exceso relativo de población en búsqueda de trabajo se convierte, por tanto, en palanca de la acumulación capitalista; y, más aún, en una condición de existencia de la producción capitalista.
Uno de los sectores con mayor destrucción de empleo ha sido la construcción. Pero, ¿alguien ha investigado cuántos de esos proyectos parados son consecuencia de la especulación inmobiliaria, del acaparamiento de suelos o del abandono del rol del Estado en la inversión pública?
Porque mientras las y los trabajadores pierden su fuente de sustento, los grandes capitales inmobiliarios se reagrupan, acumulan terrenos, esperan incentivos fiscales y presionan por condiciones más favorables. Y así, cuando vuelven a construir, lo hacen con menos mano de obra, peores condiciones laborales y más beneficios tributarios.
El informe también revela que ha crecido el empleo informal, y aunque una parte de la prensa trata esto como un signo de “dinamismo”, es bueno recordar que esa informalidad no es emprendimiento, es falta de oportunidades laborales, externalización del riesgo y desprotección social disfrazada de flexibilidad.
Esa informalidad significa muchas veces, desesperación: trabajadores subempleados, sin contrato, sin previsión, sin derechos. Sobreviviendo en ferias, apps, plataformas, bingos, haciendo “pololitos”, para generar ingresos o complementarlos cuando lo que se tiene, en la mayoría de los casos, no alcanza para el mes. Todos contribuyendo a la reproducción del capital… sin ningún resguardo estatal.
El capitalismo necesita desempleados: no lo olvidemos. Cada punto de desocupación es una herramienta de control y solo una economía planificada desde el Estado, puede garantizar empleo digno para todas y todos, porque en realidad la empresa privada nunca ha sido el motor de la economía y solo funciona para asegurar la reproducción y la acumulación del capital.
¿Qué hacer entonces? Organizar, educar y politizar el problema. Porque mientras aceptemos que el empleo es un favor del mercado y no un derecho garantizado, seguiremos viviendo bajo el chantaje de la miseria.
El autor es arquitecto, sociólogo y exalcalde de Recoleta.
Dirigente del Partido Comunista de Chile.
Santiago de Chile, 1 de juio 2025
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