El atentado contra Augusto Pinochet en 1986, conocido como “Operación Siglo XX”, fue uno de los episodios más audaces y significativos de la resistencia armada en Chile durante la dictadura cívico–militar. Aunque fracasó en su objetivo básico de matar al tirano, tuvo un conjunto de profundas consecuencias políticas y en materia de la represión.
El atentado es un evento central en la historia contemporánea de Chile, un recordatorio de la violencia política de la época y de las profundas divisiones que existían en el país. A pesar de que la acción no se logró su propósito, el suceso demostró la vulnerabilidad del régimen, lo que no pasó inadvertido para el Gobierno de los Estados Unidos, y generó entonces un punto de inflexión en la oposición, cuyo sector centrista o moderado abandonó el camino de la movilización social y se abrió al camino de una salida pactada.
PLANIFICACIÓN Y EJECUCIÓN
El atentado fue llevado a cabo por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), una organización armada originalmente creada por el Partido Comunista de Chile, a partir de lo que se conoció como “Tarea Militar”.
Desde finales de 1985, el FPMR decidió planificar una acción para matar a Pinochet, a partir de la consideración de que 1986 sería el “año decisivo” en las luchas para derrocar a la dictadura. Los primeros meses habían estado marcado por una creciente movilización social, marcada por la creación de la multigremial denominada Asamblea Nacional de la Civilidad, y que se expresó desde un paro multitudinario de los estudiantes secundarios en contra de la municipalización y privatización de la enseñanza hasta el Paro del 2 y 3 de julio, uno de los de mayor envergadura de la historia contemporánea del país, y en el que una patrulla militar quemó vivos a los jóvenes Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas Denegri.
Había miles de chilenas y chilenas protestando en las calles, en una constante ascendente desde la Primera Jornada de Protesta Nacional en 1983. La dictadura se tambaleaba.
El mes escogido tenía además enorme significación simbólico. El 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende había sido electo Presidente de la República y el 11 de septiembre de 1973 fue la fecha del Golpe de Estado contra el Mandatario de la Unidad Popular. De hecho, antes de partir a la acción, los combatientes rodriguistas escucharon en silencio el discurso con las últimas palabras de Allende, transmitido desde La Moneda y que hablaba de que “superarán otros hombres este momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre”…
La operación fue planificada y dirigida por José Joaquín Valenzuela Levi, conocido como “Comandante Ernesto”, quien, junto con otros combatientes, recibió entrenamiento militar avanzado en Cuba.
El ataque se produjo el domingo 7 de septiembre de 1986 en la cuesta Las Achupallas, un sector del Cajón del Maipo, a unos 40 kilómetros de Santiago. La emboscada tuvo como objetivo la caravana de vehículos en la que se desplazaba Pinochet, quien regresaba a la capital desde su residencia de descanso en El Melocotón. El dictador viajaba con Rodrigo, su nieto de diez años en el auto principal.
El plan del FPMR consistió en una emboscada con un gran despliegue de armas de guerra, incluyendo fusiles M16, granadas de mano y lanzacohetes M72 LAW de fabricación en los Estados Unidos. La operación duró entre cinco y seis minutos. La caravana de Pinochet fue sorprendida por el fuego cruzado, pero el blindaje del vehículo de Pinochet y la reacción de sus escoltas, en particular de su chofer, permitieron que el dictador lograra escapar del lugar y sobreviviera. A pesar del intenso ataque, Pinochet resultó con una herida leve en su mano.
Se ha señalado que el FPMR contaba con lanzacohetes RPG–7 de fabricación soviética, y que la opción por el uso de los M72 LAW fue clave en el desenlace.
El atentado dejó un saldo de cinco escoltas de Pinochet muertos y once heridos. Ninguno de los miembros del FPMR resultó lesionado y los rodriguistas lograron escapar, burlando el inmediato cerco policial y de agentes de la Central Nacional de Informaciones (CNI), como se denominaba al aparato represivo de la dictadura.
LAS CONSECUENCIAS
El objetivo principal del atentado era precipitar la caída del régimen, considerando que en una dictadura con concentración del poder en la figura del tirano su eliminación precipitaría el derrumbe del autoritarismo. También se conocía que existían contradicciones, que aún no se habían expresado en forma abierta, al interior de la cúpula militar.
Sin embargo, el atentado tuvo consecuencias drásticas y dramáticas. La dictadura respondió con una brutal oleada de represión. Se reinstauró el Estado de Sitio, se cerraron los medios de comunicación opositores y se detuvo a diversos líderes políticos y sociales, que no tenían vinculación alguna con los hechos. Otros tantos debieron pasar a la clandestinidad.
La CNI llevó a cabo una serie de asesinatos en abierta represalia por el atentado durante la madrugada del 8 de septiembre. El caso más conocido fue José Carrasco Tapia, periodista de la revista “Análisis”, secuestrado de su hogar y acribillado a balazos. Otros tres hombres con vínculos a la izquierda fueron asesinados: el electricista Felipe Rivera Gajardo, el profesor Gastón Vidaurrazaga Manríquez y el publicista Abraham Muskatblit Eidelstein, que a comienzos de los 70 fue gerente del diario allendista “Puro Chile”.
Esa misma noche civiles armados intentaron secuestrar al abogado Luis Toro, profesional de la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago.
El atentado también fue un factor en la “Operación Albania” o “Masacre de Corpus Christi”, que tuvo lugar en 1987, en la que la CNI asesinó a doce miembros del FPMR, presentando falsamente las muertes como resultado de enfrentamientos. Entre las víctimas estaba el ya mencionado José Joaquín Valenzuela Levi y Ignacio Valenzuela Pohorecky, otro hombre importante del Frente.
El fracaso de la «Operación Siglo XX» y la posterior cacería contra los rodriguistas, debilitaron al FPMR y contribuyeron a generar una fuerte controversia interna, lo que unos meses más tarde desembocó en la separación del Partido Comunista, generándose una fracción autónoma que encabezaría su principal líder: el comandante “Rodrigo” o “José Miguel”: Raúl Pellegrin Friedmann. Poco más de dos años después, el 21 de octubre de 1988, sería asesinado en la localidad de Los Queñes junto con Cecilia Magni Camino, la “comandante Tamara”.
El efecto de más largo aliento, fue que Estados Unidos se apercibió que el escenario político y social de Chile estaba llegando a “peligrosos” niveles de radicalización, no solamente por el cuadro de rebeldía social generalizada, sino que por la existencia real de una “amenaza armada” de envergadura. Washington se la jugó entonces por crear condiciones, haciendo uso de todo su poder, para imponer una salida pacta a la dictadura. Ello, como se sabe, es lo que terminó aconteciendo.
No era el resultado que los hombres y mujeres del FPMR hubieran deseado, pero no hay duda que con su acción de septiembre de 1986 contribuyeron a abrirle paso.
Con el paso del tiempo, el atentado a Pinochet ha permanecido en la memoria de Chile. De ello dan cuenta laureadas series de la televisión abierta como “Los 80” y “Los Archivos del Cardenal”, en que el acontecimiento figura en el contexto de capítulos de las obras. También fue objeto de una película en 2020, titulada “Matar a Pinochet” y, más recientemente, de la serie “Vencer o Morir” de Amazon Prime Video.
Santiago, 7 de septiembre de 2025.
Crónica Digital.