cubriendo la desestabilización de Salvador Allende – Al servicio de la verdad

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La promoción de grandes cambios en el marco de las tradicionales leyes del país, dentro de un rico proceso político descrito como la “vía chilena al socialismo”, contó con enorme apoyo popular, una férrea resistencia de la derecha nacional y el extraordinario interés de la comunidad internacional.

Los periodistas que pudimos reportar los acontecimientos fuimos testigos de excepción de las maniobras políticas, económicas, diplomáticas y militares que lograron derrocarlo, instalando uno de los regímenes más represivos de América Latina para inaugurar el neoliberalismo en la región.

Vivimos marchas y contramarchas, a favor y en contra, pero además, algo que hoy planea sobre toda la región: la narrativa del odio, especialmente en los medios chilenos, otrora ejemplo de un periodismo de calidad.

Sin internet, ni redes sociales, ni teléfonos celulares, usamos ruidosos télex y teletipos para enfrentar lo que hoy se conoce como las “fake news” y otros elementos de feroces campañas de desprestigio encabezadas por El Mercurio.

Colegas chilenos y extranjeros que acompañaron ese novedoso y atractivo proceso político tuvieron que desafiar diariamente el rumor, la mentira o directamente la propaganda política contra el gobierno de Allende. Una verdadera guerra mediática hace más de medio siglo.

Son imágenes imborrables para los reporteros, muchos de los cuales luego aportaron a la memoria histórica de Chile con sus testimonios en libros, documentales y fotografías.

No olvido que a la céntrica oficina de Prensa Latina, a dos cuadras de La Moneda, llegó la mañana del día 11 Augusto “Pelao” Carmona, junto a su compañera Lucía Sepúlveda, ambos redactores de la revista Punto Final, dirigida por Manuel Cabieses.

Ofrecieron sus servicios y su solidaridad, y tras hablar con nuestro Corresponsal-Jefe, Jorge Timossi, partieron a la clandestinidad. El “Pelao” sigue entre los miles de detenidos-desaparecidos de Chile.

Varios otros colegas, de diversas tendencias, llamaron a interesarse por el equipo periodístico de Prensa Latina, integrado en ese momento por un argentino, dos cubanos, tres chilenos y un peruano. El resto del personal debió, muy a regañadientes, abandonar la amenazada corresponsalía.

Elena Acuña, chilena, la única mujer del grupo, cumplió la arriesgada misión de trasladar documentos y dineros de la agencia a buen recaudo, aprovechando una breve interrupción del bombardeo de los Fokker Hunter a La Moneda.

Ya habíamos enviado a nuestra central toda la información posible, hasta que la nueva Junta Militar (cuyos miembros aún no se habían identificado) cortó toda comunicación y nuestros teletipos hicieron silencio.

No obstante, seguimos mandando noticias por vía telefónica a nuestra corresponsalía en Buenos Aires. Así se comunicó la peor información de todas, la que nadie quería transmitir: la muerte de Allende.


Al mediodía, tras la toma del Palacio Presidencial, un pelotón del ejército chileno, que acababa de destruir con saña la vecina oficina de Punto Final, allanó Prensa Latina. Eran 21 militares con rostros y uniformes manchados por las cenizas de La Moneda y el característico collarín color naranja que identificaba a los golpistas.

Pretendían que bajáramos “al camión”, como decían ellos, para trasladarnos a algún centro secreto de detención acusados de “subversivos”. Incluso, nos alinearon de cara a la pared y realizaron un simulacro de fusilamiento.

Pero, nuestras instrucciones eran no resistir ni abandonar las oficinas y nos negamos. También habíamos tomado la decisión de no destruir ni esconder folletos, periódicos, revistas o afiches relacionados con la Revolución Cubana.

Los militares nos aislaron en el piso en distintas esquinas de la oficina mientras revisaban todo, buscando armas. Comenzaron a romper afiches y fotos, incluso de Allende.

Recuerdo cómo, en un temerario arranque, el chileno Omar Sepúlveda, el más joven de nosotros, enfrentó a un soldado que intentaba romper a patadas un cartel del comandante Ernesto Che Guevara, creándose un momento de extrema tensión para todos.

También, cómo otro soldado le quitó al cubano Mario Mainadé, que sufría sordera, un obsoleto y aparatoso audífono que el militar confundió por una granada. Otro periodista chileno, Orlando Contreras, había llegado la noche antes de La Habana para visitar a su padre enfermo y de inmediato se presentó en nuestras oficinas.

Recuerdo al cubano Pedro Lobaina, que me despertó a las 6:30 para llevarme a la oficina con la breve frase ¡Dale, hay golpe!

Muy estudioso, un verdadero analista, era el más flemático de todos, tranquilo en el trabajo y pausado al hablar. Pero, cuando finalmente se fueron los militares, fue Lobaina quien tiró el portazo tras ellos, sorprendiéndonos con irrepetibles insultos de alto calibre.

Por último, nuestro jefe, maestro de los más jóvenes reporteros, contrincante frecuente de Allende en el tablero de ajedrez y autor de uno de los testimonios más completos de la batalla de presidente en La Moneda.

En medio del allanamiento, fue llevado por los militares al cercano Ministerio de Defensa, donde los golpistas explicaron a los corresponsales extranjeros las nuevas reglas de la censura. Pudo sobrevivir ese encuentro gracias a que exageró su enraizado acento argentino por encima de su marcado hablar cubano.

Periodista y escritor de gran experiencia dentro y fuera de Prensa Latina, Timossi formó personal y cuidadosamente su equipo tras asumir la corresponsalía de Chile en los momentos más interesantes y más difíciles del país.

A ellos, a Prensa Latina y a todos los periodistas que arriesgaron sus vidas por difundir la verdad del proceso chileno, mi mayor respeto en este aniversario y siempre.

La Habana, 11 de septiembre 2025
Crónica Digital/PL

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