Han transcurrido 40 años en que el hecho ha permanecido vivo en la memoria de quienes fueron parte de los estudiantes secundarios de la Generación de Los 80, los que se enfrentó a la dictadura cívico–militar y su proyecto de educación de mercado. Fue la fría mañana del miércoles 10 de julio de 1985, cuando aconteció la Toma del Liceo A 12 de Providencia, la que devino en un hito de gran trascendencia política y social.
Al día siguiente, todos los diarios del país se refirieron al hecho con grandes titulares rojos en sus portadas, señalando que “vándalos destruyeron el Liceo A 12”. La revista “Ercilla”, por su parte, comentó que “la vandálica acción de un grupo de exaltados” había ocasionado “enormes destrozos y lesiones a personas que estaban en su interior”, agregando que la acción “conmocionó a la opinión pública”.
Efectivamente, por primera vez la opinión pública posaba su mirada en la rebeldía de los estudiantes secundarios, por esos días los más jóvenes de los jóvenes, los que no habían llegado a conocer la democracia existente previa al Golpe de Estado.
A pesar del impacto, no era la primera movilización de masas de los liceanos. De hecho, ya se habían hecho frecuentes sus periódicas marchas por la Alameda, desde 1984 avanzado desde calle Ricardo Cumming hacia el Ministerio de Educación. Incluso se habían producido las tomas de los Liceos 6 en 1983, y Valentín Letelier y Darío Salas al año siguiente. Pero la toma del Liceo A 12 conjugó dos factores que previamente no se habían dado: había logrado contar con el respaldo de la totalidad de la oposición política a la dictadura, incluyendo a los sectores más moderados, que habían puesto en pie un movimiento propiamente social, y había concluido con un hecho impactante: más de 300 jóvenes fueron detenidos por Fuerzas Especiales de Carabineros, en el marco de un gigantesco operativo que fue transmitido a todo Chile casi en directo por la Radio Cooperativa.
Patricio Rivera era el presidente de la Asociación Secundaria de Estudiantes Cristianos (ASEC), expresión de la Juventud Demócrata Cristiana (JDC) en los liceanos. Fue el promotor de la idea de emprender una toma del establecimiento, en que estudiaba desde comienzos de ese año escolar. Fue la experiencia de convergencia del conjunto de los estudiantes democráticos que se había generado en el Liceo A 12, rechazando la intervención autoritaria del Centro de Alumnos, lo que lo empujó a intentar la unidad para levantar el movimiento estudiantil secundario.
Hasta entonces aquello no había sido posible puesto que la ASEC había actuado de manera separada de la Coordinadora de Organizaciones de Enseñanza Media (COEM), plataforma que articulaba a los liceanos vinculados a las diversas expresiones de izquierda de la época.
Cuatro meses antes, el miércoles 11 de abril, Patricio lo conversó por primera vez con Víctor Osorio, quien integraba el elenco directivo del COEM, en la sede de la Comisión Chilena de Derechos Humanos, en la esquina de Huérfanos con Almirante Barroso, a un costado de la Basílica del Salvador. El encuentro de ambos liceanos fue el punto de partida de la formación del Comité PRO FESES (Federación de Estudiantes Secundarios).
Su Comité Ejecutivo quedó conformado por tres dirigentes del COEM: Laurence Maxwell, militante comunista y dirigente de la zona oriente de esa organización; Gonzalo Durán, de la JS Almeyda y también dirigente de la zona oriente; Víctor Osorio, de la Izquierda Cristiana y dirigente de la zona centro. Junto a ellos, Patricio Rivera, principal referente de la ASEC, y Rodrigo Mendoza, representante de la Acción Democrática Estudiantil (ADE), una pequeña entidad cercana al partido de la socialdemocracia.
Fue en la Comisión Chilena de Derechos Humanos, en la sede de la JDC en la calle Fanor Velasco y en un centro de estudios de la DC en Carrera con Salvador Sanfuentes donde se realizaron las primeras reuniones del incipiente Comité Pro FESES. Allí se determinaron sus rasgos esenciales: un equipo colectivo de conducción y funcionamiento en asamblea, y un camino basado en la desobediencia civil y la movilización social para confrontar el proyecto de la educación de mercado y para reconstruir en forma democrática la FESES, la histórica organización de los estudiantes secundarios que había sido puesta en la ilegalidad luego del golpe de Estado, cuando además se estableció que las directivas de los Centros de Alumnos deberían ser designadas por la autoridad.
Patricio Rivera partió prematuramente de este mundo a mediados del 2010. Pero tuve la oportunidad de conversar en forma extensa en los años previos sobre su experiencia, en el marco de una investigación sobre la historia del movimiento estudiantil secundario durante la dictadura.
Rivera me dijo que la ASEC se comprometió a fondo con el camino de la unidad sustentada en la movilización de los estudiantes secundarios, lo que pronto se comenzó a cuestionar al interior de la colectividad de la flecha roja. Ello hizo crisis en el marco de los preparativos de la toma del Liceo A 12. Desde la conducción nacional de la Juventud Demócrata Cristiana se les prohibió que asistieran a la actividad a pocos días que se concretara.
El 8 de julio, Rivera expuso el problema a Osorio, que fue el primero de los dirigentes de Comité Pro FESES al que había compartido su idea de la toma del Liceo A 12. Conversaron los problemas internos que estaba enfrentando en la JDC en la esquina de Alameda con Roberto Pretot –hoy Tucapel Jiménez–, mientras apuraban unas sopaipillas aceitosas que compraron en un puesto callejero. Pese a la dificultad, Rivera le señaló que estaba resuelto a no dar pie atrás, que la ASEC participaría, aunque había temor entre sus miembros por eventuales represalias de su partido. Osorio lo alentó a no ceder a las presiones.
Al día siguiente, según me contó Rivera, organizó una asamblea general de la ASEC en un lugar diferente a la sede central de la JDC, en dependencias del Instituto Latinoamericano de Estudios Sociales, en la primera cuadra de Almirante Barroso, muy cerca de la Alameda y la Comisión Chilena de Derechos Humanos. En esa reunión conversó con sus bases y les dijo “que la cuestión iba sí o sí”.
El día de la toma, los jóvenes del Comité Pro FESES llegaron puntualmente a la esquina de Santa Isabel con Vicuña Mackenna, diez minutos antes de la hora de ingreso normal de los alumnos a su establecimiento. Exactamente a las 8:30 horas, irrumpieron al interior del liceo por la puerta de acceso ubicada en Santa Isabel con la pequeña arteria Arquitecto Reyes Prieto. Desde ese momento los hechos se precipitaron y superpusieron a enorme velocidad.
En sólo cinco minutos el Liceo A 12 tomó control del establecimiento con el despliegue de las diversas brigadas operativas y el conjunto de estudiantes movilizados por el Comité Pro FESES. Las puertas fueron cerradas con cadenas y candados. La directora y los profesores, los auxiliares y paradocentes fueron retenidos en una sala de la zona de las oficinas de la Rectoría. Las oficinas administrativas y sus respectivos teléfonos fueron copadas por los estudiantes. Las brigadas de defensa se ubicaron en todos los rincones y en los techos se instalaron mesas y sillas para proteger los defensores y obstruir la posible acción policial.
Con el paso del tiempo, esas imágenes de mesas y sillas fueron reapropiadas por las nuevas generaciones como símbolo de la ocupación de un recinto educacional.
Junto con la instalación de banderas chilenas en diferentes puntos del liceo, un enorme lienzo desplegado hacia Bustamante proclamó la consigna que acuñó el movimiento liceano ese año: “Seguridad para estudiar, libertad para vivir”.
Mientras que Maxwell y Rivera intentaban comunicarse con el Ministerio de Educación, los estudiantes del mismo Liceo 12 se sumaban mayoritariamente a la toma y Osorio daba inicio a un acto en el patio central, trepado en el estrado de cemento. Megáfono en mano, explicó los motivos de la ocupación, exponiendo los contenidos del pliego reivindicativo de los estudiantes, la demanda por la democratización de los Centros de Alumnos, la crítica al modelo neoliberal de educación –usando por primera vez la frase “educación de mercado”– y, por cierto, la exigencia de libertad y democracia para Chile.
Aun no concluía su intervención, cuando un par de anónimas alumnas del establecimiento, subió al estrado portando dos fotografías oficiales de Pinochet, esas que estaban en todas las oficinas públicas, las que habían sido sacadas desde las oficinas de la Rectoría. Y las quemaron, en medio de una algarabía colectiva.
La primera hora de la toma transcurrió repleta de música y discursos, alegría y combatividad. El único incidente corrió por cuenta de una profesora que sufrió un ataque de histeria y un desmayo, razón por la cual los mismos estudiantes llamaron a una ambulancia para sacarla, debiendo forzar las rejas de la salida por Bustamante.
Pronto llegaron todos los medios de comunicación y la Radio Cooperativa comenzó a emitir numerosos despachos informativos, lo que haría a lo largo de toda la jornada, permitiendo que todo el país conociera casi minuto a minuto la evolución del episodio.
También se realizó un plebiscito, para que los estudiantes se pronunciaran respecto de eventuales elecciones democráticas de Centro de Alumnos. Laurence Maxwell cuenta que, mientras se preparaba la toma, “en el Ejecutivo del Comité propuse la realización de un plebiscito dirigido a los alumnos (…) No sé bien por qué razón, pero en el Pro FESES no me pescaron mucho con la idea, pero llegado el día se reevaluó, al calor del estado de ánimo de los cabros, y se realizó. Claro que no había nada preparado: se improvisó una urna y los votos también, que se hicieron con el anverso de parte de los panfletos que teníamos”.
Mientras se realizaba el plebiscito, coordinado por Osorio, y había pasado la primera hora de la toma, llegó el un primer bus policial por Avenida Santa Isabel.
Aproximadamente a las nueve y media de la mañana, irrumpió un enorme despliegue de carabineros con helicópteros, tanquetas, radiopatrullas, furgones, buses, carros lanza–agua y lanza–gases, colocando un duro cerco en torno al liceo. Comenzaron por impedir el paso de los numerosos curiosos y los no menos cuantiosos padres y apoderados que se habían reunido. Los esfuerzos por comunicarse telefónicamente con el Ministerio de Educación para abrir un diálogo habían sido infructuosos. Tampoco Carabineros aceptó la propuesta que le formuló el Comité Pro FESES: abandonar en forma pacífica el liceo a cambio de que no hubiera detenidos. La única respuesta del oficial a cargo del operativo, el coronel Yerko Yaksic Lavcevic fue: “Los jóvenes deberían abandonar el liceo por su voluntad y sin poner condición alguna”. Es decir, someterse a su más que probable detención.
Entre el alumnado, los rumores, las expectativas y los miedos se desparramaron con gran velocidad. Los dirigentes centraron su esfuerzo en mantener la calma y el orden, reiterando que siguieran sus orientaciones.
Cerca de las diez de la mañana, todos los recursos policiales comenzaron a desplegarse en el entorno inmediato del establecimiento. Era la evidente puesta en marcha de un desalojo violento. En tanto, Maxwell recuerda que emplazó en varias ocasiones a los Carabineros y habló con la prensa, junto a la puerta del liceo hacia Bustamante, acompañado –entre otros– por Gonzalo Durán.
Frente a la clara evidencia de la decisión de la dictadura, los dirigentes del Comité Pro FESES decidieron deponer la toma e intentar reducir los costos represivos. Sin comunicar aún la crucial resolución, corrieron desesperados por la totalidad de los rincones del liceo: había que hacer bajar a los defensores apostados en los techos; pedirles que abandonaran todo elemento comprometedor que pudieran tener, y distribuir carnés, insignias y libretas del liceo a los jóvenes que venían desde otros establecimientos, obtenidos desde las oficinas administrativas, para posibilitar que no fueran detenidos. Casi nadie cuestionó el sentido de las instrucciones, siguiendo las orientaciones que fueron entregadas previamente. “En 15 minutos se logró que todo el mundo se sentara en el suelo del patio”, recordó Rivera.
Cuando los policías comenzaron a avanzar hacia el liceo, Osorio se subió a una mesa en el patio, en el sector de la Rectoría y por tanto cerca del acceso principal por Bustamante, y utilizando el megáfono comenzó a hablar, insistiendo en la necesidad de que se mantuviera la calma y se siguieran las orientaciones del Pro FESES. En ello estaba, rememora, cuando Rivera se le acercó, corriendo, y alcanzó a gritarle que los carabineros acababan de traspasar la reja que daba la calle. En ese mismo momento los vidrios de la puerta de Bustamante se reventaron en pedazos, e ingresó el primer policía con casco, escudo y luma en mano.
A continuación, ingresaron decenas y decenas de policías por todos los accesos. En menos de dos minutos las Fuerzas especiales estaban por todo el establecimiento. Los estudiantes se sentaron en el patio. Un bus policial derribó un portón trasero con gran estruendo y se introdujo en el liceo. Un helicóptero policial se desplazaba amenazante sobre el lugar.
Afuera, centenares de apoderados gritaban desesperados, en tanto que los gráficos de la Asociación de Fotógrafos Independientes intentaban conseguir las mejores imágenes y los reporteros de Radio Cooperativa transmitían en directo lo que ocurría, para todo el país.
El inspector general, Fernando Barraza, informó a viva voz que podrían salir solamente los estudiantes que pertenecían al A–12. Los otros, amenazó, serían puestos inmediatamente a disposición de la policía. Las unánimes protestas, con rechiflas y gritos y con adolescentes poniéndose de pie, fueron acalladas rápidamente, a lumazos.
En un espontáneo gesto de solidaridad los estudiantes del liceo comenzaron a apadrinar a los estudiantes foráneos. Les entregaron información de la identidad de los profesores y los integraron a sus respectivos cursos, los que empezaron a salir en orden y formados. Algunos cursos aparecían con filas interminables de hasta 80 alumnos. Muy pocos llegarían a huir. Los inspectores se encargarían de cumplir la deshonrosa tarea de la delación.
Yo estaba en la condición de foráneo, ya que era alumno del Liceo Barros Borgoño y como muchos estudiantes de decenas de otros liceos presentes en la toma, candidato seguro a ser detenido. En esos momentos de tensión me convertí en el protegido de una alumna del Tercero B del Liceo A 12. Durante la toma, había pasado más tiempo conversando con ella que cuidando el sector que tenía a cargo. Cuando se formaron las filas para hacer salir a los alumnos locales, me sumó a la de su curso, y me hizo memorizar el nombre de todos sus profesores. Al llegar a la puerta, el oficial de Carabineros y un inspector me interrogaron sobre quienes eran todos los maestros. Pasé en forma impecable la difícil prueba, cuya aprobación era la libertad. Hastiado del interrogatorio, y aun no convencido de que yo fuera alumno del liceo, el inspector sacó su última carta: “Dígame, joven… ¿quién soy yo?”. Ese fue el único nombre que mi circunstancial amiga olvidó entregarme.
Resignado, entregué mi brazo a un carabinero. En el camino hacia el bus policial, el policía que me llevaba clavaba una y otra vez su luma en mi espalda y me decía: “¿Pa’ que nos hacís perder tiempo, pendejo conchetumadre?”…
A pesar de que el propósito policial era capturar los estudiantes que no pertenecían al A 12, también fueron arrestados por ignotas razones 14 alumnos del mismo establecimiento. Ello permitió luego a la dictadura y la prensa oficialista aseverar falsamente que la toma había contado con el respaldo solamente de estos 14 jóvenes, sugiriendo entonces que la mayoría del alumnado la había rechazado. Se omitía que la mayoría de los jóvenes del A 12 respaldó la toma, como lo demostraba su masiva participación en el plebiscito realizado.
El coronel Yaksic, a cargo del operativo policial, detuvo a 315 jóvenes y adolescentes. Fueron trasladados hasta la 19° Comisaría de Providencia, en la Avenida Antonio Varas. Decenas de ellos fueron maltratados y duramente golpeados en la detención misma y en el trayecto hasta el recinto policial. “No necesitaban golpear tanto”, comentó después Jessica Ratinov, alumna de Primer Año del Liceo A 12 a la revista de la Vicaría de la Solidaridad.
Todas las mujeres fueron subidas a un único bus. En el camino al recinto policial gritaron consignas y entonaron “El Pueblo Unido”. Su situación cambió en el cuartel policial, cuando personal femenino de Carabineros se hizo cargo de las alumnas detenidas. En la comisaría, luego de tener a parte de los varones de pie y en “posición firme” por horas en el patio, fueron encerrados en un gimnasio. Las mujeres quedaron bajo custodia de carabineras y recluidas en una dependencia contigua.
En la tarde llegaron tres “civiles no identificados”. Todos con bigotes, con lentes oscuros y parkas azules, radiotransmisores, pistolas en la sobaquera y libretas negras. Durante unas cuatro horas, que parecieron eternas, se pasearon lentamente frente a los adolescentes, fijando sus miradas en cada uno de ellos… hasta que alguno les parecía sospechoso, por la vestimenta, el aspecto o algún otro factor desconocido, y lo sacaban fuera del lugar. La tensión era asfixiante. Un verdadero tormento. Las frentes de muchos liceanos estaban empapadas en sudor. En total, 26 alumnos fueron “elegidos” por los civiles no identificados.
Ya entrada la noche, los estudiantes fueron gradualmente dejados en libertad. Afuera los esperaban padres, periodistas opositores, dirigentes del magisterio y de las federaciones universitarias. Muchos lloraban de alegría. Otros, puño en alto o con los dedos en V, entonaban el Himno Nacional.
Pocos días después, en un hecho inédito en tiempos de la dictadura, renunciaba el Ministro de Educación, Horacio Aránguiz.
En la revista “Análisis”, el abogado Jaime Hales escribió una vigorosa columna de opinión: “Tengo la impresión que el país está enloqueciendo. Todos y cada uno de los que aquí vivimos estamos enfrentando un mundo polarizado y conflictivo, cambiando verdad por mentira según la voluntad de los que mandan y que manipulan los medios de comunicación (…) Y brota la esperanza cuando menos se espera. Porque las principales víctimas de este mundo de extremos, de enemigos, de blanco y negro, de historias de mentira, son los jóvenes educados bajo el imperio del actual régimen. Ellos tendrían que creerlo todo, comulgar con todas las ruedas de carreta y más, despreciar todo lo que no sea el proyecto imperante. Así tendría que ser. Pero no es así, a Dios gracias”.
“Estos jóvenes secundarios de varios colegios, de todas las posiciones –sin posición, incluso–, de variadas organizaciones, fueron capaces de asumir sus demandas reales y concretas, alzar la frente para ver si había restos de futuro y con los ojos y las manos llenas de rebeldía asumir su tarea: se tomaron el liceo del parque. Ellos superaron barreras, vencieron la palabra mentira, derrotaron el individualismo y descubrieron la solidaridad. Soportaron los golpes, aunque luego se les dijera que nadie les pegó; asumieron que se les iba a tachar de terroristas y nada les importó, porque, aunque nadie se los hubiera dicho, llevaban la verdad circulando por sus venas y les ardían las manos de impaciencia”, escribió.
Y concluyó: “Frente a la locura del país, ellos han puesto una gota de esa otra locura indispensable: la locura del corazón, aquella que permite entregar energías sin esperar retribución, sólo sabiendo que se está sembrando para la historia y se está siendo fiel con la conciencia”.
Por Juan Azocar Valdés. El autor es periodista. Ha publicado los libros de investigación histórica “Prometamos Jamás Desertar”, “Lorca” y “La Rebelión de los Pingüinos”.
Santiago, 10 de julio de 2025.
Crónica Digital.